Según investigadores que se han
ocupado seriamente del asunto, los cuentos del caballo frenado, la llorona y
otros fantasmas, son comunes en casi toda Latinoamérica, incluso algunos
proceden de España pero adaptados a las peculiaridades de cada región. En
Guamachito se oyó hablar de un caballo que nadie veía, pero si podía oírse su
trote desbocado y que repentinamente se frenaba no sabemos por qué razón. En
cierta época corrió el rumor acerca de un supuesto vampiro que tampoco nadie
llegó a ver, aunque existían testigos alegando cómo este bicho del más allá
acostumbraba chuparle el dedo meñique a los durmientes; no faltaba quien
refería cómo un amigo o familiar le había contado los casos ocurridos a
determinadas personas que habían amanecido con una rara cortadura en el dedo
chiquito, y eso bastaba para que en muchas casas las señoras colocaran cruces
de palma bendita en el interior de puertas y ventanas. Caminar por las calles
de Guamachito a altísimas horas de la noche, en plena temporada de fama del
vampiro, le llenaba al paseante la cabeza de miedos terribles, viendo en cada
rincón, en cada sombra, la posibilidad de que pudiera saltar una cosa rara y
caerle encima, por lo tanto apurar el paso era lo más recomendable.
Uno de los casos de apariciones
lo cuenta un vecino de las cercanías de la entrada del depósito del Inos.
Sucede que durante algún tiempo, otro vecino muy respetado en el lugar, el
señor Rafael Martínez, estacionaba su carro en un terrenito frente al portón de
la mencionada empresa; lo hacía todas las noches, muy tarde, pues vivía allí
cerca. Aquel tipo de carro, cuya marca no fue precisada, tenía un particular
sonido en el motor, sobre todo cuando se le apagaba. Lo cierto es que el señor
Martínez murió y pasado algún tiempo, se dice que se oía llegar el carro de
éste, se captaba una especie de
aceleramiento antes de ser apagado, luego la puerta del carro al abrirse y
cerrarse y los pasos del señor retirándose del sitio. Quien narró el cuento
prefirió su nombre en el anonimato, pero dijo que nunca se había atrevido a
constatar si aquellos ruidos eran reales, hasta que una vez se asomó y, para su
asombro, no vio nada, palpando sólo el silencio de la noche.
Otro caso, que tuvo más visos de
realidad, fue el de un fantasma manifestándose a partir de las nueve de la
noche en la casa de un vecino y
apoderándose de la voluntad de una muchacha. El comentario comenzó a regarse y
despertó la curiosidad de mucha gente, incluso los más osados se acercaban
hasta el lugar, y efectivamente, fueron testigos de una joven a la cual sus
familiares tenían que amarrar por tornarse violenta y proferir expresiones
fuera de tono con una voz que parecía no ser la suya. La casa estaba ubicada al
final de la calle principal del sector Las Palmeras, casi cruzando la calle
Inos de Guamachito. La situación a la larga fue resuelta y se decidió que
frente a la casa, en la acera, se construyera una pequeña capillita con su
respectiva cruz, pues había sido una de las peticiones del espíritu para liberar
a la muchacha. El antecedente del caso es como sigue: mucho tiempo antes, una
noche (a finales de los años sesenta) sonaron unos disparos. Uno que otro
vecino de la calle Inos y adyacentes corrió hacia el lugar de los
acontecimientos, es decir frente a la casa donde posteriormente sucederían las
incursiones del fantasma. Los vecinos encontraron a un hombre tirado en la
calle, muerto. Los comentarios iniciales apuntaron a que otro individuo había
caído herido, pero lo habían recogido para trasladarlo al hospital. Luego se
supo la aparente discusión de estos hombres en un bar clandestino cercano
(aunque vestidos de civil, uno era policía y el otro un fiscal de tránsito), lo
cual condujo a un enfrentamiento en la calle, con el trágico desenlace. A decir
de los testigos de la historia en referencia, el espíritu del fiscal de
tránsito comenzó a aparecerse en la casa más inmediata al sitio del suceso.
Cuentan que posterior al problema suscitado con la muchacha, la familia de ésta
decidió mudarse, y durante bastante tiempo la casa estuvo desocupada ya que
nadie quería vivir en ella.
En la calle Juncal, más o menos
en la misma época o quizás un poco menos, vieron a una misteriosa mujer vestida
de negro caminar por el centro de la calle en horas de la madrugada. Los
comentarios indicaban cómo nunca se le pudo ver el rostro, pues andaba
cabizbaja y llevaba en la cabeza un velo negro. Nadie tuvo certeza de la
realidad de este cuento, pero rodó de boca en boca, sobre todo en la fantasía
de los muchachos cuando se reunían a echar cuentos de difuntos.
Una leyenda está relacionada con
una culebra gigante que vivía en el subsuelo de Barcelona, específicamente
entre los barrios Guamachito y Portugal, y que estando en eterno reposo tenía
la cabeza a la altura de una estación de servicio que quedaba frente a la
panadería Lisboa (en los límites entre ambos barrios). Los más embusteros, que
decían haberla visto o que alguien les contó, aseguraban que los ojos eran del
tamaño de una torta de casabe.
Se cuenta igualmente la leyenda
del Buey Palomo, relacionado con la inundación que sufrió Barcelona en una
oportunidad y que, obviamente, afectó a Guamachito (leer la crónica de la inundación en su respectivo apartado en este
blog). El cuento es que, supuestamente, donde se originó el desprendimiento de
masa de agua, en la región montañosa del Turimiquire, había una localidad de
agricultores llamada El Eneal, donde vivía un hombre que acostumbraba tener
amarrado un buey blanco llamado Palomo, al cual obligaba a trabajar en exceso
propinándole todo tipo de maltratos. Corría una leyenda afirmando que el día
que el buey Palomo se soltara, liberándose de su yugo, se hundiría el terreno y
como castigo Divino sobrevendría una gran inundación. En efecto, cuando esto
sucedió realmente, algunos de los habitantes más viejos de Guamachito se
atrevieron a decir: “Se soltó el buey Palomo…”
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