domingo, 5 de octubre de 2014

LEYENDAS Y CUENTOS DE FANTASMAS



Según investigadores que se han ocupado seriamente del asunto, los cuentos del caballo frenado, la llorona y otros fantasmas, son comunes en casi toda Latinoamérica, incluso algunos proceden de España pero adaptados a las peculiaridades de cada región. En Guamachito se oyó hablar de un caballo que nadie veía, pero si podía oírse su trote desbocado y que repentinamente se frenaba no sabemos por qué razón. En cierta época corrió el rumor acerca de un supuesto vampiro que tampoco nadie llegó a ver, aunque existían testigos alegando cómo este bicho del más allá acostumbraba chuparle el dedo meñique a los durmientes; no faltaba quien refería cómo un amigo o familiar le había contado los casos ocurridos a determinadas personas que habían amanecido con una rara cortadura en el dedo chiquito, y eso bastaba para que en muchas casas las señoras colocaran cruces de palma bendita en el interior de puertas y ventanas. Caminar por las calles de Guamachito a altísimas horas de la noche, en plena temporada de fama del vampiro, le llenaba al paseante la cabeza de miedos terribles, viendo en cada rincón, en cada sombra, la posibilidad de que pudiera saltar una cosa rara y caerle encima, por lo tanto apurar el paso era lo más recomendable.

Uno de los casos de apariciones lo cuenta un vecino de las cercanías de la entrada del depósito del Inos. Sucede que durante algún tiempo, otro vecino muy respetado en el lugar, el señor Rafael Martínez, estacionaba su carro en un terrenito frente al portón de la mencionada empresa; lo hacía todas las noches, muy tarde, pues vivía allí cerca. Aquel tipo de carro, cuya marca no fue precisada, tenía un particular sonido en el motor, sobre todo cuando se le apagaba. Lo cierto es que el señor Martínez murió y pasado algún tiempo, se dice que se oía llegar el carro de éste, se captaba una especie de aceleramiento antes de ser apagado, luego la puerta del carro al abrirse y cerrarse y los pasos del señor retirándose del sitio. Quien narró el cuento prefirió su nombre en el anonimato, pero dijo que nunca se había atrevido a constatar si aquellos ruidos eran reales, hasta que una vez se asomó y, para su asombro, no vio nada, palpando sólo el silencio de la noche.

Otro caso, que tuvo más visos de realidad, fue el de un fantasma manifestándose a partir de las nueve de la noche en la casa de un vecino  y apoderándose de la voluntad de una muchacha. El comentario comenzó a regarse y despertó la curiosidad de mucha gente, incluso los más osados se acercaban hasta el lugar, y efectivamente, fueron testigos de una joven a la cual sus familiares tenían que amarrar por tornarse violenta y proferir expresiones fuera de tono con una voz que parecía no ser la suya. La casa estaba ubicada al final de la calle principal del sector Las Palmeras, casi cruzando la calle Inos de Guamachito. La situación a la larga fue resuelta y se decidió que frente a la casa, en la acera, se construyera una pequeña capillita con su respectiva cruz, pues había sido una de las peticiones del espíritu para liberar a la muchacha. El antecedente del caso es como sigue: mucho tiempo antes, una noche (a finales de los años sesenta) sonaron unos disparos. Uno que otro vecino de la calle Inos y adyacentes corrió hacia el lugar de los acontecimientos, es decir frente a la casa donde posteriormente sucederían las incursiones del fantasma. Los vecinos encontraron a un hombre tirado en la calle, muerto. Los comentarios iniciales apuntaron a que otro individuo había caído herido, pero lo habían recogido para trasladarlo al hospital. Luego se supo la aparente discusión de estos hombres en un bar clandestino cercano (aunque vestidos de civil, uno era policía y el otro un fiscal de tránsito), lo cual condujo a un enfrentamiento en la calle, con el trágico desenlace. A decir de los testigos de la historia en referencia, el espíritu del fiscal de tránsito comenzó a aparecerse en la casa más inmediata al sitio del suceso. Cuentan que posterior al problema suscitado con la muchacha, la familia de ésta decidió mudarse, y durante bastante tiempo la casa estuvo desocupada ya que nadie quería vivir en ella.

En la calle Juncal, más o menos en la misma época o quizás un poco menos, vieron a una misteriosa mujer vestida de negro caminar por el centro de la calle en horas de la madrugada. Los comentarios indicaban cómo nunca se le pudo ver el rostro, pues andaba cabizbaja y llevaba en la cabeza un velo negro. Nadie tuvo certeza de la realidad de este cuento, pero rodó de boca en boca, sobre todo en la fantasía de los muchachos cuando se reunían a echar cuentos de difuntos.

Una leyenda está relacionada con una culebra gigante que vivía en el subsuelo de Barcelona, específicamente entre los barrios Guamachito y Portugal, y que estando en eterno reposo tenía la cabeza a la altura de una estación de servicio que quedaba frente a la panadería Lisboa (en los límites entre ambos barrios). Los más embusteros, que decían haberla visto o que alguien les contó, aseguraban que los ojos eran del tamaño de una torta de casabe.

Se cuenta igualmente la leyenda del Buey Palomo, relacionado con la inundación que sufrió Barcelona en una oportunidad y que, obviamente, afectó a Guamachito (leer la crónica de la  inundación en su respectivo apartado en este blog). El cuento es que, supuestamente, donde se originó el desprendimiento de masa de agua, en la región montañosa del Turimiquire, había una localidad de agricultores llamada El Eneal, donde vivía un hombre que acostumbraba tener amarrado un buey blanco llamado Palomo, al cual obligaba a trabajar en exceso propinándole todo tipo de maltratos. Corría una leyenda afirmando que el día que el buey Palomo se soltara, liberándose de su yugo, se hundiría el terreno y como castigo Divino sobrevendría una gran inundación. En efecto, cuando esto sucedió realmente, algunos de los habitantes más viejos de Guamachito se atrevieron a decir: “Se soltó el buey Palomo…”

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